Regalo mi cuerpo

*Publicado en HoyxHoy y la cadena de diarios La Estrella durante mayo de 2013.

De las 97.930 personas que fallecieron en nuestro país durante 2010, sólo dos escogieron destinar su cuerpo al desarrollo de la medicina. Los argumentos, tal como la muerte, no son del todo racionales: “Algunos temen ser devorados por gusanos, otros no quieren curas ni funerales, también están los que cuestionan la utilidad del cementerio y finalmente los que quisieron mucho en esta vida y a más de una persona”, dice el doctor Miguel Soto, encargado del Programa de Donantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, mientras tomamos café junto a un esqueleto.

—Te presento a Ulises— sonríe el médico poniendo la mano sin músculos en la mía.

Así de humano es el trato que recibiré una vez que mi alma —o lo que quiera que sea que vive dentro de mi cuerpo y siente, se alegra, sufre y recuerda— ya no pertenezca a éste mundo.

Los cadáveres

El subterráneo donde descansan los cuerpos antes de pasar al pabellón de estudio no huele a sangre ni a desechos, sólo hay “olor a hospital”, tal como en cualquier otro recinto de salud.
Avanzo entre las mesas y de pronto veo un pie. Por reflejo salto hacia atrás. Mal favor nos han hecho las películas de zombies, ya que luego el doctor corre un par de mantas y los cadáveres me enseñan los colores de sus pieles tal como si estuviesen dormidos, junto a la suavidad de las mejillas, la fineza de las pestañas y la hermosa tensión de los músculos de las piernas.

De este modo, una persona puede continuar ayudando al mundo alrededor de 30 años más desde el día de su muerte gracias a la química, que en Chile se concreta mediante la inyección de una mezcla líquida a través de una arteria por donde comienzan a viajar glicerina, alcohol, esencia de eucaliptus y pino, además de formalina, entre otras sustancias, por esto el cuerpo no se descompone ni deja olor.

Una vez incorporada la mezcla, el cadáver pasa a ser diseccionado, proceso que puede durar hasta seis meses, para luego pasar al pabellón donde los estudiantes recorrerán cada centímetro en clase de anatomía. Para ello, los cuerpos son humectados continuamente con vaselina que regresa la vitalidad a las texturas que explican sin palabras a los futuros doctores cuál es el lugar exacto para realizar el corte en una operación.

El amor

La clase de primer año de medicina comienza con algunos minutos de sonrisas nerviosas y uno que otro chiste carente de mala intención, para dar paso a dos horas de silenciosa concentración, ya que el doctor pregunta a los estudiantes por algunas zonas ínfimas del tórax y los invita a tocar los pulmones, sentir las arterias y extraer, “con amor, por favor”, el pequeño corazón de una guagüita que su madre donó a la ciencia.

Algún día, lejano espero, otros alumnos de medicina, quizás guiados por alguno de mis compañeros de mesa, estudiarán conmigo. El profesor les cuenta que me regalaré a la ciencia.

Me miran a los ojos y sonríen.

Nunca me sentí más inmortal.

“Cuando las operaciones sean virtuales y ni siquiera haya que abrir al paciente, ahí no tendrá nada que ver el cadáver. Pero por ahora mi preocupación es enseñar qué hay que hacer para no desangrar al paciente o cuál es el compromiso que tiene una intervención con los órganos vecinos, para eso hay que estudiar anatomía y no en un mono plástico”, afirma Miguel Soto, el encargado del Programa de Donantes de la Universidad de Chile, explicando además que ni siquiera por dentro somos todos iguales.

Después conozco a Jorge Mardones, técnico anatomista disector, que se refiere a su trabajo como “un arte”, claro, quién no si cuan escultor corre una manta y muestra cómo está arreglando a una mujer de poco más de 50 años. Al ver la delicadeza con que toma el bisturí para continuar transformando el abdomen en una suerte de un libro comienzo a creer en el amor que va más allá de la muerte.

La vida

En los cuerpos de los donantes casi no se realiza investigación, ya que “es más urgente solucionar los problemas de salud del país. Los cadáveres y la infraestructura de la U. de Chile están para que los alumnos aprendan y no comentan errores con los vivos después”, dice el doctor, agregando que esto también tiene una lección valórica: “Si tú respetas al cadáver vas a respetar al paciente, ya que en algún momento estás trabajando y te detienes a pensar quién habrá sido esa persona y ya la actitud es distinta, lo que no pasa frente a un mono plástico”.

En la misma línea, cuando muere un donante y la familia quiere realizar algún rito, los médicos van y arreglan el cuerpo de tal manera que parezca que está dormido. “Son cosas que parecen de perogrullo, pero vivimos de símbolos, de formas y no es secundario ese tema”, cuenta Miguel Soto.

En la notaría firmo la declaración que faculta a la casa de estudios para disponer de mi cadáver.

Ya no tengo nada en este mundo.

Nunca me sentí más libre.

Las fotos son de Dinko Eichin y se pueden ver acá.

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